Porque es de esas heridas que no cierran, solo se hacen más pequeñas, y vuelven a hacerse grandes, y vuelven a doler como la primera vez que la sentí.
Porque es una herida que de vez en cuando abro sin querer o incluso queriendo, y volvemos a empezar el proceso de curarla, de curarme.
Porque llevo muchos años aprendiendo a curarme yo sola, simplemente por el miedo que me produce tener que depender de alguien para poder transformar mis heridas en cicatrices, y que luego esa persona se vaya y vuelva a abrir todo eso que dejé cerrado.
Llamarme masoquista si queréis, pero creo que no sé ya vivir sin dolor.
Porque el dolor me recuerda que él estuvo conmigo, y las lágrimas me recuerdan que le echo de menos.
Algunos recuerdos me dice que no pude tener un mejor padre, pero hay otros que me recuerdan su terrible lucha y eso duele.
Duele más incluso que el simple hecho de no volver a verle nunca.
Hace tres años pasé de ser una, a ser otra. De ser yo, a ser mi propia versión de chica rota sin probabilidad de curación.
Y lo siento si alguien me echa de menos, pero la vida siempre nos estará apuntando y tarde o temprano nos dispara. Desgraciadamente, a mi me tocó más temprano que tarde.
Que lo siento, que ya no soy yo. Que una parte de mi se fue hace tres años, con él, y no va a volver jamás.
Pero sigo siendo yo, con mis circunstancias y consecuencias, siempre seré yo aunque me haya dejado pedacitos por el camino.
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